"Justamente el Premio Nacional de Paz surge como un reconocimiento a la paz y la reconciliación que se construyen desde la base, en lo local, y no a la paz maximalista, tan esquiva como errática en el país. Hay que reconocer que muchos de estos proyectos han estado animados, abiertamente o tras e
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scena, por miembros de la Iglesia. Sacerdotes, monjas y grupos religiosos que han sido más que una mano amiga, casi un Estado de bienestar en zonas inhóspitas y olvidadas donde sólo ha llegado el hacha del colono, la coca, la violencia de los grupos armados y la bota militar del gobierno. La mayor parte de los premios han sido otorgados en un período en el que desde el gobierno, y en especial el de Álvaro Uribe Vélez, se niega la existencia del conflicto y, por ende, de la negociación, y el país le ha apostado todos sus esfuerzos económicos y políticos a aceitar su maquinaria de guerra, confiado en que la Seguridad Democrática podrá derrotar a los grupos armados. Las comunidades muestran otra realidad y otro camino. Otra realidad, porque dan cuenta, como lo hace este libro, de que la crisis humanitaria persiste y las poblaciones están amenazadas por muchas fuentes de violencia nuevas y antiguas. Las mismas Farc que se dan por derrotadas, y los mismos paramilitares que se dan por desmovilizados. Por eso, sin excepción, el relato presente de cada uno de los proyectos premiados es de lucha. Por la supervivencia, por la legitimidad, por abrirse espacio y ser visible en medio de una nube discursiva que niega el conflicto que ellos viven cada día." (Prólogo, página ix-x)
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